Con su estilo inimitable, Cornelius Van Til comienza su tratamiento de los Diez Mandamientos recordándonos que la ética debe estar arraigada en el ser y la autoridad del Dios de las Escrituras. La única alternativa, dice Van Til, es fundamentar las supuestas obligaciones éticas en algo distinto de Dios, es decir, en algo finito. Van Til nos empuja a preguntarnos si las obligaciones o valores éticos que se basan en autoridades, esperanzas o motivos finitos rigen realmente el comportamiento ético de alguna manera universal. Es decir, sobre esta base, ¿hay algo -incluso acciones que inicialmente nos pueden parecer bellas o crueles- que esté bien o mal? ¿Hay algo verdaderamente bueno o malo? La conclusión de Van Til es clara: la ética debe tratar primero de Dios y de su justicia, o no trata de nada en absoluto.